La ciudad palatina de Medina Azahara era el destino de nuestra ruta senderista del pasado domingo.

Una ruta que trascurrió por la Vereda de Trassierra, un frondoso bosque de quejigos, acebuches y pinos que ya viste colores otoñales.

El escarpado terreno se hizo más llevadero por las hermosas vistas y las sorpresas que nos deparaba el camino.

Como la pequeña y florida pradera donde hicimos nuestra habitual parada de avituallamiento.

Rodeados de flores el cansancio despareció y volvimos a marchar en pos de nuestra atractiva meta: Madīnat al-Zahrā (la ciudad brillante).

Antes de llegar al conjunto arqueológico, el monasterio de San Jerónimo de Valparaiso asomó en la ruta como una hermosa muestra del arte gótico que adorna la Sierra Morena cordobesa.

Nuestro camino estuvo jalonado de bellezas. Arquitectura natural y arquitectura humana.

Bellezas que nos permiten confiar en el hombre a pesar de trapacerías y argucias que perjudican nuestro medio ambiente y esquilman nuestro patrimonio.

Y llegados a Medina Azahara, admiración y otra vez asombro ante las históricas construcciones.

Dicen que lo que asoma en el conjunto arqueológico cordobés es solo una mínima parte de su tamaño original; y ante la hermosura de los restos de la ciudad no cuesta mucho imaginar su esplendor en tiempos de Abderramán III, el caudillo árabe que la mandó construir para su mayor gloria.

Caminar entre las antiquísimas piedras es transitar por nuestro pasado sorprendidos por la destreza y habilidad de los artesanos y artistas que la erigieron.

Y aunque atrapados por su belleza, tocaba despedirse. Córdoba nos esperaba para comer y tomar el bus de regreso.

Nos alejábamos de Medina Azahara para acercarnos a otro lugar de ingente belleza. Otra ciudad, Patrimonio de la Humanidad, cuyos orígenes se pierden en el tiempo.

Disfrutamos de un par de horas para recorrer el centro histórico de la ‘Corduba’ romana, la ciudad califal por excelencia, la urbe de la Mezquita-catedral, la de los hermosos y exuberantes patios.

Fue un acertado colofón para una brillante jornada en la que senderismo y cultura formaron un perfecto e inigualable tándem.

Eloína Calvete García

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