¡CARNAVAL, CARNAVAL!

Cádiz nos recibió con su mejor sonrisa. Con sus
máscaras y pasacalles. Con su olor a sal y su mar plateado. Con sus gaviotas
siempre alerta, vigilantes, dominando las alturas, siguiendo nuestra ruta.

Una ruta costera y circular que nos permitió
vislumbrar lo más hermoso de la antiquísima ciudad andaluza.

Caminamos rodeados de gente disfrazada, y sin
disfraz. De todas las edades, de todos los lugares, de toda condición; aunque
hermanados en ganas de complacerse. Con ansias de disfrutar del día, del sol,
de la brisa y la jarana. Deseosos de dejar atrás por unas horas la formalidad
cotidiana, la mesura y la sensatez. Ávidos de sonrisas y alegría.

Pronto nos contagió el ambiente y recorrimos el
atestado paseo y las concurridas calles y plazas. Cantamos cuando había que
cantar, bailamos cuando fue menester, y aplaudimos las acertadas letrillas de
comparsas y chirigotas celebrando ese humor socarrón tan gaditano. Ese que no
deja ‘títere con cabeza’.

Sí, Cádiz nos recibió con su mejor sonrisa. Y nos
obsequió con una peculiar jornada senderista que concluyó ya de noche. Llegamos
con el sol y nos despedimos con el brillo de las luces que adornaban la ciudad.

Espero que mis fotografías estén a la altura, que
reflejen el maremágnum de sensaciones vividas en ‘la tacita de plata’. En la
milenaria urbe acostumbrada a sorpresivas invasiones. Aunque ahora es ella la
que decide cuándo y cómo abre sus puertas. Durante el carnaval Cádiz franquea
la entrada a todo aquel que necesite alegría y regocijo. Con máscaras o sin
máscaras, con pelucas o con plumas. Con tacones o botines, con mochilas o
maletas. Todos, todos tienen cabida. Pero absténganse aburridos, disgustados y
cansinos. 

Eloina Calvete García