Desde Acinipo hasta Setenil discurre un serpenteante camino de romántica denominación: ‘La ruta de los bandoleros’. Estos tres lugares recorrimos ayer en otra jornada senderista.

Pero vayamos por partes, que el día dio para mucho y es menester detenerse en cada uno de los términos. Hoy no hay prisas, no nos esperan en el restaurante para comer y podemos ‘saborear’ de nuevo los caminos que ayer transitamos.

La jornada se inició con la subida a Acinipo, un yacimiento arqueológico en la serranía malagueña de dilatada historia en el que se conservan vestigios romanos.

Situado en una zona bastante elevada, su nombre ya es citado por Plinio el Viejo, lástima que los escasos y dispersos restos que aún sobreviven no reciban mayor atención por parte de la autoridades competentes.

La subida hasta Acinipo mereció la pena, pudimos vislumbrar una parte de nuestro pasado y disfrutar de espectaculares vistas sobre la campiña, siempre acompañados de algún que otro cabritillo descarriado que llamaba a su madre.

Ya habíamos entrado en calor cuando, a pesar del cielo encapotado, iniciamos el descenso y enfilamos hacia Setenil. 
Hacia Setenil de las Bodegas por la ‘Ruta de los Bandoleros’. Casi nada. El sinuoso sendero de novelesco nombre estaba salpicado de almendros en flor, atravesado por el río Guadalporcún, olivos, encinas y quejigos flanqueaban el camino, aunque eran los floridos almendros los que destacaban en el sendero invernal ofreciendo una hermosa nota de color; anunciando una primavera que ya está a la vuelta de la esquina. Y aunque el cielo seguía cubierto, creo que no echamos en falta el sol. El fresco nos venía muy bien mientras caminábamos admirando el paisaje, bajando y subiendo las cuestas del sendero. Setenil se hacía de rogar y agradecíamos el viento y las nubes

Cuando a lo lejos divisamos el pueblo aligeramos el paso a pesar del cansancio, deseosos de llegar. El hambre y la curiosidad nos espoleaban a partes iguales. Y llegamos por fin al bello municipio incrustado en el tajo del río Guadalporcún. Último tramo, últimas cuestas, un último empellón a unas piernas cansadas pero resueltas a no cejar en el empeño. 

Tras el apetitoso almuerzo, la negociación y los ruegos de más tiempo para visitar tan peculiar municipio. Lo conseguimos. Con el último bocado volvimos a ponernos en marcha. Y recorrimos el casco histórico de Setenil, esa población de belleza singular y construcciones casi imposibles, donde la roca se alza sobre los tejados y las casas y tiendas se esconden en la piedra. Poblada desde tiempos inmemoriales, su importancia histórica rivaliza con la hermosura arquitectónica de sus calles y plazas. Si ayer fueron los reyes castellanos los que le otorgaron privilegios, hoy son innumerables los visitantes que la recorren (recorremos) con curiosidad. Sorprendidos y admirados.

Y llegó la hora de irse. Volvimos al bus cansados y cargados. Cansados tras un largo día de caminos y veredas. Y cargados, cargados de bonitos recuerdos. Recuerdos tangibles e intangibles de una emocionante jornada senderista. 

Eloina Calvete García

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