SENDERISMO EN MADEIRA, A ILHA DA ETERNA PRIMAVERA
Madeira es una isla increíble, única, asombrosa, peculiar, maravillosa. Con unos paisajes deslumbrantes y unos rincones inolvidables.
Con cuevas infinitas y cimas brumosas. Con exuberantes bosques de laurisilva e interminables levadas que la convierten en un auténtico paraíso.
El agua brota entre las rocas creando hermosos retratos vegetales que rezuman vida. Helechos gigantes, árboles centenarios y flores.
Flores hermosas y exóticas adornando los senderos, mezclando sus colores con las distintas tonalidades del entorno.
Madeira es preciosa y ha sido nuestro destino senderista de la pasada semana. Ocho días, siete noches y un millón de experiencias. Nuestro grupo, con Inma al frente, ha paseado suelas y sueños por estas tierras insulares.
Con nuestra experta guía hemos conocido lo mejor que Madeira podía ofrecer. Han sido unos días largos y agotadores, pero ha merecido la pena. Inma y Carlos, nuestro conductor, nos han descubierto los mil secretos de la isla.
Nos han enseñado los rincones más peculiares y las costumbres más arcaicas. Historias de viejos tiempos y grandes dificultades. De plantaciones antiguas y nuevas ideas.
Hemos subido a miradores increíbles y recorrido angostas grutas en busca del mejor paisaje, de la más bella instantánea, del instante más audaz.
Repaso las fotografías de las casitas de Santana, con su peculiar colorido y estructura, y de las piscinas naturales que crea el mar en Puerto Moniz y Seixal. Momentos inolvidables compartidos entre risas, baños y charlas.
‘Brinde ao sol’. Dicen que sonreír rejuvenece, a sonrisa por fotografía, creo que todos hemos regresado mucho más jóvenes. Y más felices.
Funchal, la capital de Madeira, nos deparó una última y maravillosa jornada. Modernidad y tradición se dan la mano en esta pequeña y recoleta ciudad insular. Un moderno teleférico parte del casco antiguo y te lleva a Monte.
Allí visitamos el Jardín Tropical antes de emprender una singular bajada. Si, bajamos en ‘carrinhos’ de cestos. Dos kilómetros a velocidad de vértigo en cestos de mimbre gobernados por ‘carreiros’. Auténticos artistas de la velocidad que nos proporcionaron una bonita y rápida experiencia.
También tuvimos tiempo de visitar la Catedral de Funchal y el Mercado dos Lavradores antes de dirigirnos al aeropuerto. Tocaba regresar a casa cargados de emociones y recuerdos.
No quiero terminar mi relato sin dar las gracias a todos por estos días tan especiales. A todos, sin excepción. No os olvidaré, tengo vuestras fotografías. Aunque quiero destacar a Gaby, mi encantadora compañera de rutas y aventuras en este viaje; y a Carlos, nuestro conductor de saber enciclopédico y eterna sonrisa.
Mención aparte, mi más sincera felicitación para Inma, una excelente guía y mejor persona, por hacernos la convivencia más fácil y el viaje más agradable.
Y no olviden Madeira, a Ilha da eterna primavera.
Eloína Calvete García