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Dos días y dos noches para un precioso viaje. Un viaje senderista por tierras extremeñas con la piedra como protagonista.

La piedra trabajada por el hombre o esculpida por la erosión. Los bolos graníticos del Monumento Natural de Los Barruecos o los sillares que componen los castillos, palacios y murallas de Cáceres.

Las rocas como elementos naturales que adornan el paisaje silvestre creando insólitas figuras; y las rocas talladas por manos humanas que conforman un espléndido espacio urbano.

Los Barruecos, Monumento Natural y Cáceres, Patrimonio de la Humanidad.

Dos lugares merecedores de justa fama y reconocimiento. Dos espacios que recorrimos el pasado fin de semana liderados por Ana, nuestra guía senderista.

Ella nos explicó algunas características del enclave granítico mientras lo recorríamos vigilados en todo momento por las omnipresentes cigüeñas.

Su canto particular, el crotoreo, fue el hilo musical de un espectacular recorrido entre rocas de curiosas formas y originales semejanzas.

La “tortuga”, la “seta” o el “tiburón” son los nombres que reciben algunas de las formaciones rocosas que adornan Los Barruecos.

Caprichosas alineaciones pétreas que atraen miradas y enfoques fotográficos desde todos los ángulos.

Y qué decir de Cáceres que no se haya dicho ya. Su patrimonio histórico, artístico y cultural justifica mil y una visitas. Recorrer sus callejuelas y plazas es adentrarse en el pasado. Las enormes piedras conservan la prestancia de tiempos remotos y lucen majestuosas en cada rincón.

Entre escalinatas y torres, balcones y celosías de ilustres palacios, escudos nobiliarios de sonoros apellidos, museos grandes y pequeños, y leyendas variopintas de hechos más o menos ciertos, Cáceres tiene mucho que enseñar al viajero que admira las construcciones que perduran en la memoria y el tiempo.

El recorrido por la ciudad fue el contrapunto perfecto al sendero por Los Barruecos.

Las tierras extremeñas guardan muchos atractivos y el pasado fin de semana pudimos apreciar algunos en nuestras rutas senderistas de campiña y capital.

Dos días y dos noches bien aprovechadas. Kilómetros de marcha y de risas, de complicidad, compañerismo y fotografías. Dos días y dos noches para recordar y, por supuesto, para repetir.

Eloína Calvete García

 

 

 

 

 

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