UN CUENTO SENDERISTA
Érase una vez un grupo senderista acostumbrado a recorrer rutas y caminos como buenos deportistas.
Un grupo serio y formal que un día decidió que estaría bien volver a sentirse niños. Sólo un día. Sólo unas horas de inocencia y travesuras.
Y el grupo buscó y buscó hasta que encontró en la sierra onubense un sendero, bueno, varios senderos dedicados a los niños que también podían recorrer los mayores. Dicho y hecho.
Liderados por Raúl, nuestro guía y cómplice, iniciamos la ruta. Raúl solicitó la ayuda de las cuatro pequeñas que nos acompañaban.
Como guías de cabeza y de cola, tenían que vigilar y ayudar a los mayores.
Y conducirlos con paciencia y disciplina. Parece que andábamos revueltos con esto de volver a la infancia.
Resultó una experiencia magnífica. Subimos y bajamos cuestas, cruzamos una y mil veces el río, atravesamos puentes,
saltamos árboles y algunos nos mojamos algo más que los pies mientras hacíamos cientos de fotografías de las casitas de los cerditos y los nomos
también encontramos la figurita escondida de Pinocho y nos asomamos a la guarida del tejón.
El sonido alegre del agua nos acompañó en todo momento y el sol asomaba entre los frondosos árboles queriendo unirse a nuestra inocente diversión.
Las pequeñas y sensatas guías nos miraban asombradas. ‘Vaya con estos mayores’, parecían pensar; pero realizaron su tarea de manera eficaz e incluso nos daban la mano para subir y bajar ayudando a Raúl.
Sus padres pueden estar orgullosos de ellas. Fueron un ejemplo para nosotros.
Porque la verdad es que estábamos un pelín revueltos, aunque esa era la idea, ¿no?
En fin, un día es un día.
Ya de regreso, el pueblo de Jabugo nos acogió con la fiesta de Las Hogueras. Fuego, música y baile.
Por supuesto que nos unimos a ellos. Un perfecto final para una jornada mágica. Volvimos al bus e intentamos recuperar la sensatez perdida antes de llegar a casa.
Conservaremos las fotografías y el recuerdo encantado del niño que fuimos. Y un pequeño consuelo personal, concluir este relato con el consabido ‘colorín, colorado, este cuento se ha acabado’.
ELOÍNA CALVETE GARCÍA