Ronda, el hermoso municipio malagueño, nos recibió alegre y festiva el pasado domingo. Después de semanas de perimetrajes y encierros, la localidad resplandecía ante sus numerosos visitantes.
Dos rutas, dos niveles senderistas para apreciar el encanto de la zona. Un espectacular desfiladero y un soberbio casco histórico. Arriba y abajo. Ruta urbana y ruta andariega. Sobre el puente romano o bajo el acueducto. Cualquier perspectiva de Ronda merece una detallada visita y los mejores calificativos.
Nuestro recorrido comenzó por la Alameda del Tajo, asomados a su balconada pudimos vislumbrar la pendiente prevista en nuestro sendero para contemplar desde abajo la cornisa y el puente sobre el río Guadalevín, los símbolos emblemáticos de Ronda.
El calor ya se hacía notar cuando iniciamos el descenso. Una espectacular bajada entre huertas de regadíos, olivos y vides. Pinsapos y amapolas, romero, tomillo y retama jalonaban el camino. Marchábamos buscando la sombra, admirando el paisaje a pesar de la temperatura.
Después de un breve descanso para la fruta mañanera iniciamos el ascenso. Una subida que nos deparó algunos sobresaltos solventados sin mayores consecuencias. El compañerismo y la solidaridad que caracterizan el buen senderismo asoman cuando las fuerzas flaquean.
Una pausa, una mano amiga y un poco de coca-cola para alejar el cansancio. Dátiles, chocolatinas y palabras de ánimo para retomar el sendero. Y por fin se completa el recorrido, quizás con algo de retraso pero con mucha, mucha gratitud y satisfacción.
El almuerzo y una sobremesa en inestimable compañía remataron la calurosa jornada senderista. Nos despedimos de Ronda hasta una próxima visita.
Con fuerzas renovadas y la lección aprendida nos dirigimos al bus comentando incidencias y fotografías. Confiando en que la normalidad total retorne pronto y la pandemia solo sea un mal recuerdo.
Volveremos. Antes o después volveremos a Ronda, una ciudad de ensueño.
Eloína Calvete García