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En nuestra última ruta senderista viajamos al pasado, al pasado más remoto de la tierra y del hombre. Los orígenes del Torcal de Antequera se remontan al período Jurásico. 

Luismi, uno de nuestros guías, nos fue explicando la formación de este monumento natural durante el trayecto senderista. 

De origen marino, las rocas kársticas que componen el paisaje atesoran reliquias de su pasado en forma de asombrosas huellas fósiles.  

Las formaciones rocosas han ido adquiriendo diferentes contornos, la erosión ha dibujado insólitas figuras de piedra que obligan a los senderistas a detenerse para buscar dudosos parecidos con tal o cual perfil animal o humano. 

La imaginación vuela libre y las risueñas discusiones hacen más llevadero el pedregoso sendero. Eduardo y Juanjo, nuestros otros dos guías, procuran que no nos distraigamos demasiado y mantienen el orden del grupo.

Es difícil sustraerse al encanto de estas piedras, difícil imaginar que estaban en el fondo marino y ahora se yerguen majestuosas compartiendo el paisaje con la abundante vegetación; y con alguna que otra cabra de envidiable agilidad. 

La dificultad del terreno obliga a caminar atentos al  suelo, pero la mirada se nos escapa hacia arriba, hacia las notables construcciones naturales que atraen e impresionan. Algunas parecen suspendidas en el aire, en precario equilibrio,  como si la menor ráfaga de viento pudiera tumbarlas…

Un descanso para almorzar y vuelta al pasado. Los dólmenes como vestigios  de la cultura neolítica y de la Edad del Bronce. Monumentos megalíticos a los que se  atribuye finalidad ritual y funeraria. Un breve documental nos explica la posible forma de construcción de los túmulos en una época  remota.

El por qué y para qué de estas edificaciones sigue siendo un misterio que los expertos se empeñan en resolver. Los demás nos limitamos a admirar sobrecogidos esos reductos del pasado que demuestran la habilidad constructora del ser humano. Levantar esas inmensas moles de piedra supondría (aun supone) todo un desafío.  Podemos especular sobre la finalidad de los monumentos, pero no hay duda del esfuerzo que supuso levantarlos.

Y mientras recorremos senderos pedregosos e imaginamos arquitectos prehistóricos, la naturaleza sigue su curso. Siempre generosa, nos regala una precoz primavera. 

La flora destaca en el Torcal, va ganando terreno y ‘amenaza’ con cubrir alguna roca creando un curioso contraste entre el gris de la piedra y el verde vegetal. 

Árboles, arbustos y flores rodean también el terreno en el que se construyeron los dólmenes. Los insectos polinizadores revolotean ajenos a la presencia humana. 

Hoy como ayer. Como hace millones de años, cuando las rocas del Torcal eran submarinas y el hombre apenas caminaba erguido. Sí, la naturaleza  sigue su curso.  Un curso que, por nuestro propio bien, deberíamos aprender a respetar.

Eloína Calvete García

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