EL CERRO DEL HIERRO

EL CERRO DEL HIERRO

La ruta comenzó con el cielo encapotado. Las nubes amenazaban con descargar sobre nosotros, pero ya estábamos allí, en El Cerro del Hierro. Y no era cuestión de amilanarse por unas gotas de agua.

A medida que ascendíamos el paisaje se transformaba, dejábamos atrás la dehesa y nos adentrábamos entre rocas milenarias por estrechas veredas y oscuras cuevas.

Teníamos que estar pendientes del suelo, del barro, de los charcos formados por las recientes lluvias, pero mirábamos absortos hacia arriba, hacia las inmensas moles rocosas que nos rodeaban mientras apartábamos la espesa vegetación que crecía salvaje entre las piedras.

Las plantas se abrían paso, trepaban aquí y allá creando una peculiar simbiosis con la roca inerte. Transformando el paisaje en un maravilloso ejemplo de convivencia natural.

Subimos y bajamos laderas, atravesamos cañadas y cruzamos grutas entre vetustas peñas. Recorrimos las distintas sendas pasmados ante la belleza de tan singular paisaje. E hicimos muchas, muchas fotografías.

Tras la pausa de avituallamiento, en la recta final de la ruta senderista, volvimos a la dehesa. Cruzamos El Rebollar, un bosque formado por distintos tipos de roble característicos de la Sierra de Sevilla. Un último y sencillo tramo que nos devolvió al punto de partida, a la pequeña aldea denominada El Cerro del Hierro. 

Aquí dejo algunas de mis fotografías, me ha resultado difícil elegir entre todas las que me traje. Espero que sepan reflejar la belleza del entorno que recorrimos. Por cierto, a pesar de los negros nubarrones que nos acompañaron la mayor parte del camino, no nos cayó ni una gota de agua. Una verdadera suerte.

Eloína Calvete García

¡CARNAVAL, CARNAVAL!

¡CARNAVAL, CARNAVAL!

Cádiz nos recibió con su mejor sonrisa. Con sus máscaras y pasacalles. Con su olor a sal y su mar plateado. Con sus gaviotas siempre alerta, vigilantes, dominando las alturas, siguiendo nuestra ruta.

Una ruta costera y circular que nos permitió vislumbrar lo más hermoso de la antiquísima ciudad andaluza.

Caminamos rodeados de gente disfrazada, y sin disfraz. De todas las edades, de todos los lugares, de toda condición; aunque hermanados en ganas de complacerse. Con ansias de disfrutar del día, del sol, de la brisa y la jarana. Deseosos de dejar atrás por unas horas la formalidad cotidiana, la mesura y la sensatez. Ávidos de sonrisas y alegría.

Pronto nos contagió el ambiente y recorrimos el atestado paseo y las concurridas calles y plazas. Cantamos cuando había que cantar, bailamos cuando fue menester, y aplaudimos las acertadas letrillas de comparsas y chirigotas celebrando ese humor socarrón tan gaditano. Ese que no deja ‘títere con cabeza’.

Sí, Cádiz nos recibió con su mejor sonrisa. Y nos obsequió con una peculiar jornada senderista que concluyó ya de noche. Llegamos con el sol y nos despedimos con el brillo de las luces que adornaban la ciudad.

Espero que mis fotografías estén a la altura, que reflejen el maremágnum de sensaciones vividas en ‘la tacita de plata’. En la milenaria urbe acostumbrada a sorpresivas invasiones. Aunque ahora es ella la que decide cuándo y cómo abre sus puertas. Durante el carnaval Cádiz franquea la entrada a todo aquel que necesite alegría y regocijo. Con máscaras o sin máscaras, con pelucas o con plumas. Con tacones o botines, con mochilas o maletas. Todos, todos tienen cabida. Pero absténganse aburridos, disgustados y cansinos. 

Eloina Calvete García

UNA RUTA DISTINTA

UNA RUTA DISTINTA

Hoy no puedo escribir sobre senderos poblados de hojas, ni sobre maravillosas y escurridizas setas. Hoy escribiré sobre vetustas piedras, blancas y empinadas calles y encumbrados miradores con vistas espectaculares.

Porque la ruta senderista de ayer fue distinta, aunque no menos atractiva. Nuestro paseo por el pueblo de Arcos de la Frontera fue un premio. Sí, literalmente, un premio. El premio de Senderismo Sevilla a los ganadores del concurso fotográfico que anualmente convoca. Y me alegra decir que me encontraba entre ellos.

No pudieron acudir todos los galardonados, así que formábamos un pequeño y bien avenido grupo que marchaba en pos de Carlos, nuestro guía, dispuestos a disfrutar del premio

Durante el recorrido monumental visitamos el histórico castillo que se alza majestuoso sobre el pueblo y paseamos por las recoletas calles teñidas de blanco.

Entre antiguas iglesias y casas palacio serpentean las estrechas callejuelas de casas encaladas; ofrecen un armonioso contraste la vieja piedra desgastada por los años y el blanco casi inmaculado de las construcciones más recientes

Mención especial merece un restaurante situado en lo que antes eran las mazmorras del castillo. Se puede visitar sin compromiso de consumición. Está curiosamente decorado con utensilios y herramientas de antaño; y conserva una pequeña fuente de la que mana agua desde tiempos inmemoriales. Me pareció una muy buena forma de ‘reutilizar’ un lugar de siniestro recuerdo.

Después del recorrido, un suculento almuerzo vino a rematar una jornada senderista diferente, pero, como ya señalo arriba, no menos atractiva.

Y hasta aquí mi relato, ahora cuelgo mis fotografías de calles y castillo, de piedras y cal; aunque alguna que otra planta se ha colado. Ya se sabe, la naturaleza asoma por donde quiere, puede o la dejan…

Eloina Calvete García

SENDERISMO Y CULTURA

SENDERISMO Y CULTURA

La ruta senderista de ayer se inició por la hermosa rivera del Huéznar. Recorrimos parte del Sendero de Las Estaciones, y digo parte porque nuestro objetivo era desviarnos del itinerario para visitar los restos de un poblado minero

Unos restos que, junto con las exhaustivas explicaciones del guía, nos permitieron vislumbrar el importante pasado siderúrgico de la zona de El Pedroso.

La Compañía de Minas de Hierros del Pedroso y Agregados, fundada en 1817, sería la primera siderurgia sevillana; aunque hay antecedentes más remotos que hablan de yacimientos de plata y oro por estas tierras.

Pero todo eso queda ya lejos; ahora se pretende recuperar la memoria de aquellos tiempos creando un centro de interpretación y restaurando algunos edificios para que el visitante pueda disfrutar con el hermoso entorno natural, a la par que conoce una parte importante de nuestra historia.

Tal y como nosotros hicimos ayer. Volvimos al sendero con la mente puesta ya en la visita al pueblo. Poco sospechábamos que aún nos esperaban más lecciones, más historia, más recuerdos. 

Tanto fue así que volvimos al colegio. Sí, como suena, volvimos al colegio. Porque ‘El Centro de la Cultura Escuelas Nuevas’ de El Pedroso, que acoge los Museos de la Minería y el de Historia de la Escritura, tiene su sede en una escuela que se inauguró en tiempos de la Segunda República. El edificio, reparado y adaptado a los nuevos tiempos, nunca ha perdido su carácter docente. Y hoy es uno de los lugares más visitados del pueblo sevillano

Cosa nada extraña ya que en este centro de cultura han sabido conjugar el pasado y el presente de manera armoniosa. Me produjo especial emoción una pequeña campana que se conserva en uno de los patios. No pude resistir la tentación de tocarla. Y el sonido me devolvió a mi lejana infancia, al patio cubierto de albero de un colegio con sus filas de niñas de babis blancos…

¡Cuántos recuerdos! Pero no había tiempo para la nostalgia. Todavía teníamos que visitar la Iglesia de Nuestra Señora de la Consolación, un templo cuyo origen se remonta al siglo XV y que tiene un blanco y original retablo en el altar mayor, además de otras tallas y lienzos de singular importancia artística e histórica. Todo esto y más nos lo explicó detalladamente Lola, nuestra guía por el pueblo. Y concluida la visita a la iglesia nos quedó el tiempo justo para llegar al lugar en el que nos esperaba el bus.

Aunque hoy puede parecer que en mi relato he ‘olvidado’ mencionar los paisajes, los colores del sendero, las bellezas de la naturaleza, no es así. No los he olvidado, es imposible. Intentaré compensar mis palabras con las fotografías. La verdad es que la jornada senderista de ayer fue tan completa que tenía que decantarme por uno de sus dos aspectos para no hacer demasiado larga mi narración. 

Eloina Calvete García

UNA DE BANDOLEROS

UNA DE BANDOLEROS

Desde Acinipo hasta Setenil discurre un serpenteante camino de romántica denominación: ‘La ruta de los bandoleros’. Estos tres lugares recorrimos ayer en otra jornada senderista.

Pero vayamos por partes, que el día dio para mucho y es menester detenerse en cada uno de los términos. Hoy no hay prisas, no nos esperan en el restaurante para comer y podemos ‘saborear’ de nuevo los caminos que ayer transitamos.

La jornada se inició con la subida a Acinipo, un yacimiento arqueológico en la serranía malagueña de dilatada historia en el que se conservan vestigios romanos.

Situado en una zona bastante elevada, su nombre ya es citado por Plinio el Viejo, lástima que los escasos y dispersos restos que aún sobreviven no reciban mayor atención por parte de la autoridades competentes.

La subida hasta Acinipo mereció la pena, pudimos vislumbrar una parte de nuestro pasado y disfrutar de espectaculares vistas sobre la campiña, siempre acompañados de algún que otro cabritillo descarriado que llamaba a su madre.

Ya habíamos entrado en calor cuando, a pesar del cielo encapotado, iniciamos el descenso y enfilamos hacia Setenil. 
Hacia Setenil de las Bodegas por la ‘Ruta de los Bandoleros’. Casi nada. El sinuoso sendero de novelesco nombre estaba salpicado de almendros en flor, atravesado por el río Guadalporcún, olivos, encinas y quejigos flanqueaban el camino, aunque eran los floridos almendros los que destacaban en el sendero invernal ofreciendo una hermosa nota de color; anunciando una primavera que ya está a la vuelta de la esquina. Y aunque el cielo seguía cubierto, creo que no echamos en falta el sol. El fresco nos venía muy bien mientras caminábamos admirando el paisaje, bajando y subiendo las cuestas del sendero. Setenil se hacía de rogar y agradecíamos el viento y las nubes

Cuando a lo lejos divisamos el pueblo aligeramos el paso a pesar del cansancio, deseosos de llegar. El hambre y la curiosidad nos espoleaban a partes iguales. Y llegamos por fin al bello municipio incrustado en el tajo del río Guadalporcún. Último tramo, últimas cuestas, un último empellón a unas piernas cansadas pero resueltas a no cejar en el empeño. 

Tras el apetitoso almuerzo, la negociación y los ruegos de más tiempo para visitar tan peculiar municipio. Lo conseguimos. Con el último bocado volvimos a ponernos en marcha. Y recorrimos el casco histórico de Setenil, esa población de belleza singular y construcciones casi imposibles, donde la roca se alza sobre los tejados y las casas y tiendas se esconden en la piedra. Poblada desde tiempos inmemoriales, su importancia histórica rivaliza con la hermosura arquitectónica de sus calles y plazas. Si ayer fueron los reyes castellanos los que le otorgaron privilegios, hoy son innumerables los visitantes que la recorren (recorremos) con curiosidad. Sorprendidos y admirados.

Y llegó la hora de irse. Volvimos al bus cansados y cargados. Cansados tras un largo día de caminos y veredas. Y cargados, cargados de bonitos recuerdos. Recuerdos tangibles e intangibles de una emocionante jornada senderista. 

Eloina Calvete García

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