SENDERISMO MINERO. LA ZARZA-PERRUNAL

SENDERISMO MINERO. LA ZARZA-PERRUNAL

La doble jornada senderista del pasado sábado nos llevó a las minas. Sí, ambos recorridos, uno de mañana y otro de tarde, estuvieron marcados por un pasado minero. El nombre de La Zarza-Perrunal, el recientemente independizado municipio onubense, siempre ha estado unido a la historia de la minería andaluza; y nuestros senderos recorrieron parte de esa historia con Carlos y Ana como guías. 

La tradición minera andaluza es pretérita, extensa, complicada. Con luces y sombras. Como lo atestiguan los restos que vamos encontrando por el camino mañanero. Antiguas construcciones de hierro y ladrillo emergen en un paisaje que la naturaleza pretende recuperar. Viejos armazones asoman entre los árboles como símbolos de la rapacidad humana. Son inservibles muestras de un pasado supuestamente más próspero que quedan como recuerdo. Y mientras comentamos la eterna pugna entre el hombre y la naturaleza, la campiña onubense nos sorprende con un espectáculo diferente. 

El pantano de La Zarza aparece en el horizonte para reconfortarnos. Cámaras fotográficas y móviles se disparan para capturar la magia y la belleza de una zona rodeada de pinares. El embalse asoma y se esconde mientras recorremos un elevado sendero entre verdes árboles, rocas sedimentarias y alguna que otra seta escondida. Aquí no hay hierros ni cascotes, aunque también es visible la intervención humana. Pero en este caso, es una intervención respetuosa con el entorno. Bancos de piedra y miradores adornan, no invaden. Complementan el paisaje, no lo empobrecen. Son pinceladas que suman, no restan. 

Y así, con el ánimo más ligero llegamos al casino del pueblo dispuestos a disfrutar de la comida y la compañía. Hay que reponer fuerzas, la sesión de tarde nos espera. Volveremos a  adentrarnos en nuestra historia visitando un lugar estratégico, una corta minera. Una corta es una mina a cielo abierto que se excava hacia abajo, hacia el fondo. Y eso es lo que pudimos contemplar durante el recorrido vespertino. Una profunda sima de colores ocres y rojizos que se había formado tras siglos de excavaciones. 

La Corta de la Zarza impresiona. Conmueven sus matices y aturde su silencio. Es un lugar paradójicamente hermoso, ni siquiera los retales de maquinaria corroídos por el tiempo restan belleza a este antiguo enclave minero. La mano del hombre desgarró la tierra y ahora se nos muestra tal cual, presumiendo de colorido, alardeando de tonalidades. La Corta de La Zarza impresiona por su belleza. Y nos deja cientos de preguntas, aun sin respuesta, en este periodo de cambio climático provocado por las acciones humanas. 

Volvemos al autobús cansados pero satisfechos, la doble jornada senderista ha resultado muy instructiva. Gracias a Carlos y Ana conocemos algo más de nuestro pasado, de nuestra historia más o menos reciente. Volvemos con las cámaras repletas de fotografías, aunque las mejores imágenes de este día se nos han quedado grabadas en la retina, en el corazón. Las mejores impresiones siempre irán con nosotros, no se pueden reproducir en ningún artefacto.

ELOÍNA CALVETE GARCÍA

EL HUÉZNAR

EL HUÉZNAR

Hemos vuelto a la ribera del Huéznar. Y el río, para compensar su menguado caudal, nos recibió tapizado de hojas multicolores. El suelo alfombrado de hojarasca rivalizaba con el lecho de la corriente. Y con los coloreados árboles de la orilla. Los matices otoñales resplandecían a nuestro alrededor cuando iniciamos la marcha. Capitaneados por Jose y Belén atravesamos trochas y senderos buscando las cascadas; subiendo y bajando lomas, andando y desandando veredas en pos del esquivo torrente.

La escasez de lluvias se hizo evidente en algunas zonas, aunque la belleza del paisaje y el habitual entusiasmo de nuestros guías nos compensaron. Gracias a ellos pudimos encontrar los más recónditos parajes sorteando las dificultades del terreno con imaginación y destreza. Una cinta aquí y una mano allá para salvar los escollos con el mejor ánimo senderista hasta alcanzar la meta. Hasta llegar a los pequeños arroyos escoltados por los suaves murmullos del agua y el susurro de las hojas mecidas por el viento.

Luce hermosa la ribera del Huéznar en otoño. Con una belleza que invita a volver. En otra estación, en otra ocasión. Por otras veredas, por otros caminos. Quizás entonces el río discurra con más caudal y la fuerza del agua arrastre la hojarasca. El paisaje estará cambiado. Brillarán otros colores y será otro el atractivo de estos parajes. Un atractivo distinto pero igual de espléndido.

Por eso volvemos. Porque las orillas del Huéznar siempre nos ofrecen nuevos rincones que admirar y fotografiar. Recovecos escondidos y asombrosos reflejos. Distintas perspectivas que asoman con solo cambiar nuestra mirada, nuestro objetivo. Por eso volvemos.

Eloína Calvete García

EL VALLE VENTOSO

EL VALLE VENTOSO

Desafiando las predicciones meteorológicas iniciamos la marcha hacia el Valle Ventoso. Recorrer la campiña que rodea Gerena bien merece el riesgo y el esfuerzo. Seguimos a Eduardo, guía de cabeza; y Luismi, guía de cola, nos va desvelando el importante pasado minero de esta zona sevillana. 

El granito forma parte de la historia de Gerena y las inmensas moles de roca asoman en el paisaje para confirmarlo. Caminamos a buen ritmo, atravesando campos agostados, contemplando encinas centenarias y jóvenes olivos. 

Del Guadiamar apenas podemos contemplar una pequeña laguna. La pertinaz sequía que sufre la campiña altera el paisaje. Según los lugareños, hasta el aire parece escasear en el Valle Ventoso cuando el río baja seco.

En un viejo molino hacemos la parada acostumbrada y la foto de grupo. Las nubes siguen sobre nosotros, aunque ya no parecen amenazantes. Creo que todos esperamos que por fin descarguen, aun a riesgo de mojarnos. Poco nos falta para cantar a la Virgen  de la Cueva implorando lluvia. Quizás, constatar la necesidad de agua por estas tierras nos hace considerar la mojadura como un mal menor, pero no hay suerte. Volvemos al pueblo a la hora de comer, tan secos como comenzamos, a pesar de las predicciones.

Y llegamos a La Bomba. Sí, como suena, La Bomba. Una taberna- galería que exhibe, entre potes y mesas, una hermosa colección de obras de arte natural. Esculturas realizadas con raíces de árboles. Una sorpresa que tenemos que agradecer a Eduardo. Él nos ha conducido a este lugar mágico y encantador seguro de que sabremos apreciar su magia. Incluso conocemos al artista. El escultor Juan Fernández Mayo nos explica su forma de trabajar, de darle nueva vida a las encrespadas raíces. El hombre y la naturaleza enlazados con maestría, con una destreza original reconocida y apreciada por todos. 

Volvemos satisfechos. Gerena y el Valle Ventoso nos han ofrecido lo mejor. A pesar de la sequía y los nubarrones el entorno de la campiña sevillana nunca desmerece. Las lluvias llegarán y el paisaje recobrará su esplendor; mientras tanto, seguiremos recorriendo los senderos. Vinculados a la naturaleza de una u otra forma. Enraizados con ella, como el escultor gerenero. 

Eloína Calvete García

LA RIBERA DEL GUADAIRA

LA RIBERA DEL GUADAIRA

La ruta vespertina por los molinos de la ribera del rio Guadaira nos ofreció un hermoso contraste de luminosidad y crepúsculo. Recorrimos una parte del bosque de galería que conforma el  parque de Oromana y vimos asomar, entre la tupida vegetación, las antiguas construcciones dedicadas a la molienda del trigo en la orilla opuesta a nuestro sendero. Edificaciones cargadas de historia que aún mantienen su encanto original. 

Seguíamos las explicaciones de Luismi, nuestro guía. Y descubrimos setas que nacen en árboles moribundos, plantas que se abrazan y aves viajeras. Los niños del grupo disfrutaron de lo lindo correteando entre hojas y piedras mientras los mayores admirábamos las composiciones vegetales de la naturaleza en armonía con las obras humanas. Los molinos y la frondosa vegetación del parque se complementan y diseñan un hermoso conjunto a ambos lados del río alcalareño.

Comenzaba a caer la tarde cuando dimos por terminada la ruta. Los últimos rayos de sol lidiaban por asomarse entre las hojas y el bosque lucía los primeros colores de un otoño que se retrasa. El camino se nos hizo corto. Pero seguro que volveremos para admirar otros molinos, para disfrutar del parque en otra época del año; para volver a sorprendernos con el armonioso ajuste de arquitecturas que presenta la ribera del Guadaira a su paso por Alcalá.

Eloína Calvete García

EL SENDERO Y LA BRUMA

EL SENDERO Y LA BRUMA

Dejamos atrás el mar cuando iniciamos la ruta senderista por el cabo Roche. Y nos adentramos en los pinares. La frondosa vegetación hacía más llevadera la veraniega mañana. Formábamos un numeroso y  heterogéneo grupo con senderistas infantiles y caninos.

Siguiendo las indicaciones de Eduardo, Ana y Luismi, nuestros avezados guías, caminábamos por trochas y cañadas paralelas al río Roche. Recorríamos los  senderos mientras Luismi nos descubría los restos de coral y conchas marinas escondidos en la arena, restos que nos habrían pasado desapercibidos.

 Vestigios del pasado remoto de las costas gaditanas. Y entonces el mar se empeñó en acompañarnos. Ese mar que siglos atrás cubría la zona de pinares vino a reclamar su espacio. Y envió la bruma.

Una bruma que nos impidió divisar la costa africana cuando llegamos al faro de Roche, aunque sabíamos que estaba ahí, muy cerca. La belleza del paisaje rocoso que nos rodeaba fue más que suficiente para alejar cualquier frustración. Continuamos la marcha por los acantilados, sobre el océano, observando el batir de las olas en las rocas, esperando que se disiparan los últimos hilos de niebla.

La parte final de la ruta discurrió entre pequeñas calas. Atravesamos puentes, bajamos y subimos escalerillas acercándonos al mar. Y recorrimos la orilla de la playa hasta llegar al pequeño chiringuito que se convirtió en punto de reunión de nuestra troupe senderista. Cansados pero satisfechos dimos cuenta de bocatas y bebidas refrescantes mientras comentábamos el camino. En nuestra retina quedaron hermosas imágenes de pinares y riberas, de fósiles y acantilados, de olas  y rompientes.

Imágenes de una ruta que vuelvo a recorrer mirando las fotografías. En ellas apenas se percibe la bruma, aunque puedo asegurar que estuvo ahí. El mar nos la envió, ese mar que no quiso quedarse atrás; que se empeñó en acompañarnos como un senderista más.

Eloína Calvete García

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