Hoy hemos caminado por la playa y hemos recorrido el Parque Natural La Breña y las marismas del Rio Barbate.

Bueno, una parte del parque. Nuestra intención era ver flamencos y no ha podido ser.

Quizás divisamos algunos a lo lejos, pero parece que hoy no estaban demasiado sociables, así que decidimos no molestarlos.

El entorno de las marismas es suficientemente hermoso para entretener nuestro camino. Y la playa, solitaria y preciosa.

Además, hemos visto caballos, gaviotas y pequeños cangrejos que buscaban cautos el mar; con ellos compartimos nuestro recorrido; acompañados también por el viento, las nubes y el olor a sal.

Abundantes flores adornaban parte del sendero destacando sus brillantes colores entre el verde de la primavera y el azul marino.

Se respiraba aire de vida y naturaleza.

El Parque de Barbate no es muy extenso, pero sus cinco ecosistemas esconden una increíble diversidad.

Es un lugar de paso de aves migratorias, de ahí que a veces se puedan observar flamencos, cigüeñuelas y otras aves que escogen el entorno de estas marismas gaditanas para hacer una parada en sus largos viajes.

Pero hoy había poca fauna visible en las marismas, así que Raúl, nuestro guía principal, con su habitual buen humor, nos animó a emular el inconfundible estilo del ‘flamenco’ para hacernos unas fotos de recuerdo.

Así quedamos inmortalizados para la historia del grupo; unos con más arte que otros, que todo hay que decirlo. ‘Flamencos’ y ’flamencas’ senderistas por la Breña del Barbate.

Ha sido un día espléndido. Con una temperatura ideal. En un entorno privilegiado y con una estimulante compañía.

Seguro que volveremos buscando flamencos u otras aves, tenemos que volver. Volver para respirar aires de naturaleza y vida.

Mientras tanto, ensayaremos en casa ante el espejo la dichosa postura de la esquiva ave migratoria. Por si acaso tenemos que hacernos otras fotografías.

ELOINA CALVETE GARCÍA
Regresamos de nuestro viaje senderista. Regresamos a la vida cotidiana después de recorrer una sierra mágica.

Regresamos de Arouca, un enclave situado en un hermoso valle de pasado remoto y asombrosos paisajes.

La naturaleza y la mano del hombre han convertido la ‘Serra da Freita’ en un lugar de visita obligada.

Los Pasadizo de Paiva, el puente colgante 516, los sorprendentes geositios de ‘pedras borroas’ y ‘pedras parideiras’.

La ‘Frecha da Mizarela’ y el conjunto megalítico. El río Paiva con sus rápidos, el río Caima y su bello entorno y Arouca y su ‘Mosteiro’ de Santa Mafalda.

Todos estos lugares hemos visitado en tres inolvidables días. En un entorno natural de arcaicas tradiciones y moderna ingeniería.

La prehistoria y el futuro en plena sierra portuguesa. Insólito y hermoso.

Con Raúl y María José, nuestros insuperables guías, hemos disfrutado de senderos, pasarelas, ríos y cascadas.

Ellos y nosotros, nosotros y ellos, hemos conformado un grupo andariego siempre atento al compañero. Siempre dispuesto a tender una mano entre risa, bromas y canciones.

Con tan excelente compañía no hay nivel de dificultad ni altura de sendero que se resista. Es lo que tiene el senderismo, kilómetros y kilómetros de solidaridad y empatía

Al final nos esperaba otro plato fuerte, un paseo por Coimbra, la bella ciudad portuguesa. Hicimos un breve recorrido por sus callejuelas para ver sus catedrales y lugares más emblemáticos.

Y subimos hasta su histórica universidad, la más antigua de Portugal, para disfrutar de una maravillosa panorámica. Pero ya tocaba volver, teníamos que romper el hechizo.

Podría extender este relato escribiendo algo sobre las pedras borroas y las pedras parideiras. O sobre el puente 516 y los pasadizos.

Pero creo que será mejor que lo veáis y comprobéis vosotros mismos. Además, ahora todo está en Internet.

Lo que nunca encontraremos en las pantallas es la emoción de la compañía, de la amistad, de la alegría y el apoyo que se trasmite en un grupo senderista. En nuestro grupo senderista.

Y no me enrollo más. Me vuelvo a mis fotografías de este maravilloso viaje. Compartiré unas pocas con vosotros, pero la realidad que reflejan es mucho, mucho, bastante más hermosa. Y mágica.

ELOINA CALVETE GARCÍA
El pasado sábado nuestra ruta senderista nos prometía diversas visitas. El pueblo de Aroche, la ermita de San Mamés y los restos de la ciudad romana de Turóbriga. Y así fue. O casi.

Las ruinas romanas estaban inundadas por la preciada lluvia reciente y no estaban abiertas al público.

Todo lo demás sí pudimos verlo, fotografiarlo y saborearlo (lo de saborearlo es por el almuerzo, claro). Pero vayamos por partes.

Con Eduardo, Raúl y Virginia como infatigables guías iniciamos un recorrido que nos llevó a través del pueblo hasta la recoleta y hermosa ermita de San Mamés, del siglo XIII y estilo mudéjar.

La ermita se asienta sobre los restos de una basílica romana y conserva algunas curiosas pinturas murales de origen medieval. Todas estas características fueron muy bien explicadas por el amable señor que nos recibió e hizo de cicerone.

Un breve descanso y refrigerio antes de asomarnos a las anegadas ruinas y emprender la vuelta al pueblo

A Arucci Turóbriga, Aroche, la ciudad romana fundada en época de Augusto. Nos esperaban su castillo almorávide y novillero (por lo de la plaza de toros), su hermosa iglesia de la Asunción y un curioso y original museo de Rosarios.

Pero antes del recorrido vespertino, un agradable almuerzo en buena compañía. Sentados al sol y disfrutando de magníficas vistas en este precioso pueblo enclavado en el Parque Natural de la Sierra de Aracena y Picos de Aroche.

Las visitas de la tarde fueron interpretadas por personal de la Oficina de Turismo de la localidad onubense. Aunque también nuestra guía Virginia puso su granito de arena para explicarnos el origen y la historia del Rosario como símbolo religioso. Al final casi no echamos de menos los restos romanos. Seguro que allí seguirán cuando volvamos.

Porque volveremos. Volveremos a Arucci Turóbriga, a su castillo torero y a su iglesia erigida por orden de los Reyes Católicos. Y a su museo de Rosarios con más de 2000 piezas de todos los tamaños y materiales. Volveremos por su entorno, su historia y su patrimonio. Y por sus ruinas romanas, claro.

ELOINA CALVETE GARCIA
El enclave arqueológico de Munigua se encuentra situado en plena campiña de la Sierra Norte sevillana. A pocos kilómetros de Villanueva del Río y Minas.


En una zona geográfica que destaca por su riqueza mineral. Es un lugar del que se tienen noticias desde el siglo XVI, aunque su origen se sitúa en plena expansión romana por la Península Ibérica; entre los siglos I y III de nuestra era. Cuando este territorio adquirió la categoría de municipio.


Dicho enclave era nuestro destino senderista el pasado sábado. La ciudad de Munigua o Mulva. El castillo y el santuario. Las terrazas y el foro. Las casas y las termas que se adivinan entre matorrales y árboles.

Es difícil sustraerse al encanto de esta zona despejada de construcciones modernas; una zona cuyos restos permiten imaginar cómo fue esa recoleta ciudad fortificada.

También una pequeña maqueta y las palabras de Juanjo, nuestro guía e intérprete, nos ayudan a vislumbrar el pasado remoto de estas vetustas piedras.



Más y más fotografías para el recuerdo. Hay que inmortalizar el momento, ser ‘nuevos arqueólogos’ de una historia no por conocida menos atractiva.

Somos nuestro pasado y formamos parte del futuro. Como esos romanos, patricios y plebeyos, que caminaron entre las calles de esta ciudad estratégicamente situada. Que trabajaron en sus minas y acudieron a sus templos para adorar a dioses de curiosos nombres.


Tras nuestro viaje en el tiempo, volvemos al presente y retomamos el camino. Dejamos Munigua, dejamos atrás aquello que fuimos para reponer ahora fuerzas en plena campiña. Junto al río, escuchando el murmullo de las aguas y los sonidos de la naturaleza.


Al final, nos espera un buen almuerzo entre risas y anécdotas. En la inmejorable compañía de todos los que decidimos que el pasado sábado era un buen día para caminar por los senderos de la historia.

Eloína Calvete García
Entre Galaroza y Fuenteheridos, el Bosque Encantado. Un asombroso bosque poblado de verdes helechos, flores silvestres y árboles de extrañas formas.

Un sendero peculiar que recorrimos el pasado sábado fascinados y curiosos, protegidos del calor por la abundante vegetación y el aire fresco que soplaba a ratos.

El sendero del Bosque Encantado discurre entre castaños, alcornoques, quejigos y chopos.

Entre una espesa arboleda rodeada de plantas y frondas de diversos tamaños y características.

En algunos tramos el suelo parece alfombrado de blanco, un blanco que se asemeja a la nieve y sorprende al caminante.

‘Nieve de primavera’ llaman a la suave pelusa que esparce y propaga las semillas de los chopos. Un asombroso fenómeno natural que añade atractivo a este bosque ya de por sí seductor.

El lugar elegido por Manuel, nuestro guía, para la parada de refresco también es encantador.

Un mirador desde el que se divisan los pueblos y sierras circundantes; y en el que se enclava una pequeña ermita, la de Santa Brígida, patrona de huertos y frutales.

Allí acuden los vecinos de Galaroza los Domingos de Resurrección para procesionar con la imagen de la santa y merendar en el cerro oteando el espectacular horizonte.

Desandamos lo andado y volvemos a Fuenteheridos atravesando otra vez el Bosque Encantado.

De nuevo nos sorprenden y admiran las curiosas formas de los árboles y el verdor de las plantas.

La ‘nieve de primavera’ empujada por el viento juguetea entre nuestros pies y acariciamos los helechos para despedirnos de este original entorno.

Seducidos por su encanto casi olvidamos el cansancio de la caminata, pero el hambre y el sol aprietan y apuramos la marcha.

La jornada senderista culmina con un buen almuerzo en la plaza principal del municipio onubense.

Charlando y repasando fotografías llega la hora de volver al bus.

La hora de regresar a casa con la mochila más ligera y las cámaras más ‘pesadas’ después de una ruta mágica y asombrosa.

Una antigua, peculiar y encantadora ruta

Eloína Calvete García